lunes, 16 de abril de 2018

Romanticismo: Argentina, Martín Fierro (José Hernández) y Venezuela, Venezuela Heroica (Eduardo Blanco



Artículo. Opinión. El Impulso 31-05-2017

“Venezuela Heróica”

Joel Rodríguez Ramos | El Impulso
El título va entre comillas porque pertenece a una de las obras más hermosas de la literatura histórica del siglo XIX venezolano.
Venezuela Heroica es la creación literaria más importante del escritor, político y militar venezolano Eduardo Blanco. En esa obra, hoy poco estudiada, Blanco sintetiza con singular maestría la epopeya venezolana del siglo XIX. Es una narración histórica en la cual se ensalzan las proezas de quienes por un sentimiento común de amor a la patria dieron lo mejor de sí, incluyendo su vida, para construir una Venezuela libre, seria y honorable. En su obra, Eduardo Blanco (nacido en 1838 y fallecido en 1912) escribe en una prosa hermosa y estilizada, la narración romántica de lo que fueron nuestras guerras, desde la Guerra de Independencia hasta la Guerra Federal. Su narración es una epopeya romántica en la cual, como dije, rinde homenaje a quienes lucharon con valentía y sin descanso por la libertad de Venezuela.
La lectura de Venezuela Heroica, escrita en 1881, me transporta a estas fechas que vivimos. Jóvenes estudiantes, campesinos, intelectuales, amas de casa, artistas, empresarios, hombres del culto, clamando libertad. Y un gobierno tiránico usando la fuerza, la violencia y la mentira para negarla. Eduardo Blanco narra las batallas de La Victoria, de San Mateo, Las Queseras del Medio, Boyacá y Carabobo en la primera edición de su libro. Y en la segunda agrega las batallas Del Sitio de Valencia, Maturín, La Invasión de los Seiscientos, La Casa Fuerte, San Félix y Matasiete. Hoy habría que agregarle las batallas de Valle Hondo, La Mora, Santa Cecilia, en Cabudare y de la Urbanización Sucre y Las Trinitarias en Barquisimeto. Toda Caracas, Socopó, Los Altos Mirandinos, Mérida, San Cristóbal, Lechería, San Félix, Coro, Santa Cruz de Mora, es decir, toda una nueva Venezuela Heroica que libra la batalla más decisiva de su historia porque es contra una invasión extranjera que desde los años ’60 ha querido tomar por asalto esta tierra, así lo pretendió durante esos años, invadiendo territorio patrio para materialmente robar lo que es nuestro.En esta epopeya del siglo XXI, Venezuela ha entregado ya 60 vidas, la mayoría jóvenes que como los de La Victoria han ofrendado su vida por la causa de la libertad.
Acá en Lara debemos registrar en nuestras mentes y corazones, los nombres de los fallecidos en Barquisimeto y Cabudare en esta titánica lucha por la libertad de Venezuela. Quedarán, además, inscritos sus nombres en las mismas páginas de la Venezuela Heroica de Eduardo Blanco. También deben registrarse los nombres de los asesinados en Caracas, San Cristóbal, Lechería, Barinas, Mérida etc. Todos forman parte para siempre de nuestra Venezuela Heroica.Canta, con asombro, Eduardo Blanco en su Venezuela Heroica: “Libertad, Libertad. Cuánta sangre, cuántas lágrimas se han vertido por tu causa y todavía hay tiranos en el mundo”. Luchemos sin cesar, en honor a los caídos y por amor a la libertad, que todavía hay mucho tirano en Venezuela.
Fragmento de la Batalla de la Victoria 
http://mireyavasquez.blogspot.com/2010/12/seleccion-de-capitulos-de-venezuela.html
Selección de capítulos de Venezuela Heroica de Eduardo Blanco
La idea de esta selección es para facilitar a los estudiantes la lectura de los capítulos donde se narran las batallas más significativas de la guerra de Independencia presentes en la Epopeya Romántica.
No es fácil conseguir este libro tan importante de la literatura venezolana, por ello brindamos estas páginas para su lectura y análisis.

La Victoria
(12 de febrero de 1814)
II
¡He aquí el año terrible! El año de las sangres y de las pruebas en cuyo pórtico aparece escrito por la espada de Boves, el Lasciate ogni speranza para los republicanos de Venezuela.
En torno de aquel feroz caudillo, improvisado por el odio, más que por el fanatismo realista, las hordas diseminadas en la dilatada región de nuestras pampas, invaden, como las tumultuosas olas de mar embravecida, las comarcas hasta entonces vedadas a sus depredaciones.
Mayor número de jinetes jamás se viera reunido en los campos de Venezuela. De cada cepa de yerba parecía haber brotado un hombre y un caballo. De cada bosque, como fieras acosadas por el incendio, surgían legiones armadas, prestas a combatir. Los ríos, los caños, los torrentes que cruzan las llanuras, aparecen erizados de lanzas y arrojan a sus riberas tropel innúmero de escuadrones salvajes, capaces de competir con los antiguos centauros.
Suelta la rienda, hambrientos de botín y venganzas, impetuosos como una ráfaga de tempestad, ocho mil llaneros comandados por Boves hacen temblar la tierra bajo los cascos de sus caballos que galopan veloces hacia el centro del territorio defendido por el Libertador.
Nube de polvo, enrojecida por el reflejo de lejanos incendios, se extiende cual fatídico manto sobre la rica vegetación de nuestros campos. Poblaciones enteras abandonan sus hogares. Desiertas y silenciosas se exhiben las villas y aldeas por donde pasa, con la impetuosidad del huracán, la selvática falange, en pos de aquel demonio que le ofrece hasta la hartura el botín y la sangre, y a quien ella sigue en infernal tumulto cual séquito de furias al dios del exterminio.
Es la invasión de la llanura sobre la montaña: el desbordamiento de la barbarie sobre la República naciente.
Conflictiva de suyo la situación de los republicanos, se agrava con la aproximación inesperada del poderoso ejército de Boves.
Bolívar intenta detener las hordas invasoras, oponiéndoles el vencedor en Mosquiteros”, con el mayor número de tropas que le es dado presentar en batalla.
Vana esperanza. Campo Elías es arrollado en “La Puerta”, y sus tres mil soldados acuchillados sin misericordia.
Tan funesto desastre amenaza de muerte la existencia de la República.
Campo Elías vencido, es la base del ejército perdida, es el flaco abierto, la catástrofe inevitable.
Todos los sacrificios y prodigios consumados por el ejército patriota para conservar bajo las armas la parte de territorio tan costosamente adquirida, van a quedar burlados.
La onda invasora se adelanta rugiendo: nada le resiste, todo lo aniquila. Detrás de aquel tropel de indómitos corceles, bajo cuyas pisadas parece sudar sangre la tierra, los campos quedan yermos, las villas incendiadas sin pan el rico, sin amparo el indigente: y el pavor, como ave fatídica, cerniéndose sobre familias abandonadas y grupos despavoridos y hambrientos que recorren las selvas como tribus errantes.
¡El nombre de Boves resuena en los oídos americanos como la trompeta apocalíptica!
Cunde el terror en todos los corazones; mina de desconfianza el entusiasmo del soldado; Caracas se estremece de espanto, como si ya golpearan a sus puertas las huestes del feroz asturiano; decae la fe en los más alentados, y una parálisis violenta, producida por el terror, amenaza anonadar al patriotismo. Cual si uno de los gigantes de la andina cordillera hubiese vomitado de improviso gran tempestad de lavas y escorias capaz de soterrar el continente americano, todo tiembla y toda se derrumba.
Sólo Bolívar no se conmueve; superior a las veleidades de la fortuna, para su alma no hay contrariedad, ni sacrificio, ni prueba desastrosa que la avasalle ni la postre.
Sin detenerse a deplorar los hechos consumados, alcanza con el relámpago del genio los horizontes de la patria; pesa la situación extrema que le trae la derrota de Campo Elías y la doble invasión que practican a la vez Rosete y Boves sobre la capital y sobre el centro de la República; mide sus propias fuerzas, que nunca encontró débiles para luchar por la idea que sostuvo, y concibe y pone en práctica, con enérgica resolución, un nuevo plan de ataque y de defensa.
Seguido de parte de las tropas con que asedia Puerto Cabello, va a fijar en Valencia su cuartel general; punto céntrico desde el cual con facilidad puede auxiliar a D’ Eluyar, a quien ha dejado frente a los muros de la plaza sitiada; al ala izquierda del ejército patriota, que cubre el Occidente; y a atender al conflicto producido en Aragua con la aproximación de Boves.
A tiempo que Ribas improvisa en Caracas una división para marchar sobre el enemigo, Aldao recibe orden de fortificar el estrecho de la Cabrera, donde va a situarse Campo Elías con los pocos infantes salvados de la matanza de La Puerta.
A Urdaneta que combate en Occidente, se le exige reforzar con parte de sus tropas las milicias que se organizan en Valencia. Ínstasele a Mariño a que acuda en auxilio del Centro. Díctase medidas extremas, pónese a prueba el patriotismo; al que puede manejar un fusil se le hace soldado; acéptase la lucha, por desigual que sea; y Mariano Montilla, con algunos jinetes, sale veloz del cuartel general, se abre paso por entre las guerrillas enemigas que infestan la comarca, y va a llevar a Ribas las últimas disposiciones del Libertador.
Nada se omite en tan difíciles circunstancias; lo que está en las facultades del hombre, se ejecuta, lo demás toca a la suerte decidirlo.
El conflicto entre tanto, crece con rapidez. Como aquellos terribles conquistadores asiáticos, ávidos de poder y venganza, Boves se adelanta por entre un río de sangre, que alimentan sus feroces llaneros al resplandor siniestro de cien cabañas y aldeas incendiadas, que el invasor va dejando tras sí convertidas en ceniza.
Apercibido a la defensa, el Libertador aguarda confiado en su destino la sucesión de los acontecimientos que van a efectuarse. Al terror general que le circunda, opone, como fuerza mayor, su carácter tenaz e incontrastable; al huracán que se desata para aniquilarle, enfrenta en primer término, toda una fortaleza; el corazón de José Félix Ribas.
El jaguar de las pampas va a medirse con el león de la sierra; son dos gigantes que rivalizan en pujanza y que por la primera vez van a encontrarse.
III
Apenas son siete batallones que no exceden en conjunto de 1.500 plazas, un escuadrón de dragones y cinco piezas de campaña, Ribas ocupa La Victoria, amenazada a la sazón por el ejército realista. Escaso es el número de combatientes que el general republicano va a oponer al enemigo, pero el renombre adquirido por este jefe afortunado alienta a cuantos le acompañan.
Empero, ¿Sabéis quiénes componen, en más de un tercio, ese grupo de soldados con que pretende Ribas combatir al victorioso ejército de Boves? ¡Parece inconcebible!.
En tres años de lucha, Caracas había ofrendado toda la sangre de sus hijos al insaciable vampiro de la guerra; hallábase extenuada, sin hombres que aportar a la defensa de su inválido territorio; y al reclamo de la patria en peligro, sólo había podido ofrecerle sus más caras esperanzas: los alumnos de la Universidad.
Allí van a buscarse los nuevos lidiadores que exhibe la República en aquellos días clásicos de cruentos sacrificios: y una generación, todavía adolescente, abandona las aulas y el Nebrija para tomar el fusil.
Sobre la beca del seminarista se ostenta de improviso los arreos del soldado. Y parten en solicitud del enemigo los imberbes conscriptos, confundidos con las tropas de línea; y aprenden de camino, el manejo del arma que los abruma con su peso, así como acostumbran el oído a los toques de guerra, y a las voces de mando de aquellos nuevos decuriones que se prometen enseñarles a morir por la Patria.
Todos marchan contentos; diríase que están de vacaciones. ¡Pobres niños! ¿Ligero bozo sombrea apenas sus labios y ya la pólvora va a enardecerles el corazón; apenas la sangre generosa de sus padres sienten correr ardiente por las venas, y ya van a derramarla! ¡La Patria lo reclama!.
¡Libertad!, ¡Libertad!, cuánta sangre y cuántas lágrimas se han vertido por tu causa… ¡y todavía hay tiranos en el mundo!.
La situación de La Victoria hasta entonces desguarnecida, y en la expectativa de ver caer sobre ella el azote del cielo, como a Boves nombraban, expresa elocuentemente el grado de terror que infundía en nuestras masas populares la ira, jamás apaciguada, de aquel feroz aliado de la muerte, a quien la vista de la sangre producía vértigos voluptuosos y fruiciones infernales.
Toda humana criatura sin distinción de edad, sexo o condición social, trataba de desaparecer de la presencia de tan funesto aventurero.
Los bosques se llenaban de amedrentados fugitivos, que preferían confiar la vida de sus hijos a las fieras de las selvas, antes que a la clemencia de aquel monstruo de corazón de hierro, que jamás conoció la piedad.
En el poblado, el silencio lo dominaba todo; nada se movía; casi no se respiraba. Los niños y las aves domésticas, parecían haber enmudecido; los arroyos callaban; el viento mismo no producía en los árboles sino oscilaciones sin susurros.
Los que habían podido huir a las montañas se inclinaban abatidos en el recinto del hogar, buscaban la oscuridad para ocultarse en ella como en los pliegues de un manto impenetrable, y a cada instante, sobrecogidos de pavor, creían oír ruidos siniestros, precursores de la catástrofe que los amenazaba, ruidos que no deseaban escuchar, pero que el terror sabía fingirles, haciéndoles más larga y palpitante la zozobra.
Ribas fue acogido por aquel pueblo agonizante como enviado del cielo.


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